viernes, 27 de junio de 2008

Sobre la actualidad y la información. Interesante Perspectiva de Martín Caparrós. (Cfr. Nota sobre Crónica en este blog)

Contratapa Diario Crítica Digital
La conversación

Sospecho que las cosas que importan no salen en los diarios o, peor, que lo que importa es precisamente lo que no sale en los diarios.
Por Martín Caparros.
27.06.2008

El jueves primero de julio de 1858, hace casi siglo y medio, un científico módicamente prestigioso –o sea: conocido por sus veinte colegas de una ciencia en pañales– presentó en la Linnean Society de Londres un trabajo sobre cómo evolucionaban los seres vivos o, mejor: sobre su hipótesis de que esos seres no habían sido creados por Dios tal como son sino que habían ido cambiando, buscando sus maneras.

Charles Darwin pensaba, por supuesto, asistir a su propia conferencia, pero uno de sus hijos se murió de escarlatina, y su artículo inaugural fue leído en su ausencia. El evento no tuvo gran repercusión. Al día siguiente, los diarios londinenses hablaban de la cabalgata de la reina Victoria, la presentación de una imagen del presidente de Estados Unidos en el museo de cera de madame Tussaud y la llegada de un barco que había tardado sólo once días en cruzar el mar desde Nueva York, pero no decía una palabra sobre el artículo de Darwin. Ni los diarios del viernes, el sábado, el domingo. A fin de año, en la revista anual de la Linnean Society, su presidente escribió que “este año no se ha visto marcado por ninguno de esos descubrimientos que revolucionan su rama de la ciencia…”: un visionario.

Tiempo después, millones empezaron a entender que la teoría darwiniana de la evolución cambiaría para siempre la forma en que nos pensamos como hombres. Pero su presentación nunca salió en los diarios.

–¿Y usted qué se esperaba, mi estimado?

–No sé, cómo decirle. ¿Que le acertemos alguna vez, de vez en cuando?

Suelo sospechar que las cosas que importan no salen en los diarios o, peor: que las cosas que importan son las que no salen en los diarios.

La procesión de ejemplos sería interminable y jubilosa. Recuerdo otro primero de julio, 1948, también jueves, otra historia de ciencias: cuando el editor de la sección Radio del New York Times le encargó a uno de sus periodistas 82 palabras –exactamente la cantidad que lleva este párrafo desde que empezó con las palabras “suelo sospechar”– para contar –ya van 87– que el día anterior Ralph Brown, director de los laboratorios Bell, había presentado un invento cuyo nombre también era un invento. “Lo llamamos transistor –una abreviatura de transference resistor– porque es un dispositivo semiconductor que puede amplificar las señales eléctricas que transfiere”, dijo. Fueron, insisto, 82 palabras. Este párrafo ya usó 140.

Los ejemplos podrían multiplicarse al infinito. Tampoco parece que nadie haya registrado el primer concierto de los Beatles ni cómo y cuándo dejó de ser escandaloso en Buenos Aires que un hombre y una mujer vivieran juntos sin casarse ni cómo fue que a una persona se le ocurrió llamar a otra persona “fiera” ni por qué nos estamos volviendo cada vez más pavos ni ni ni.

El punto es que seguimos mirando hacia donde no vale la pena o, mejor: seguimos sin mirar adonde sí. Todo, en principio, por el gran mito de la actualidad: a veces creo que no hay nada peor para la información que el mito de la actualidad. La actualidad parece un dato “objetivo”, una parte decisiva de la realidad. Pero está claro que es una construcción de los medios para que el público consuma: el público la compra, la cree, y termina por pedirla. Entonces los medios pasan a tener la excusa mercantil perfecta: es lo que nuestro público quiere, por eso se lo damos.

La actualidad está hecha, sobre todo, de lo que hacen los ricos o famosos o futbolistas o tetonas o políticos –o las diversas combinaciones de estos elementos. Y de lo que nos pasa a los demás cuando nos pasan cosas tremebundas: asaltos, tsunamis, accidentes, hambrunas, sextillizos. La mayoría de las personas sólo aparece en los medios cuando les pasa algo espantoso. Ésa es la diferencia decisiva: los ricos y tetones hacen; a los demás, nos pasan cosas.

La actualidad, como toda construcción, depende de sus constructores: los que van y la deciden cada día. La actualidad sigue –suele seguir, excepto en Crítica de la Argentina, por supuesto– determinadas reglas: que sea fácil de consumir, que muestre blancos y negros bien marcados, que no requiera grandes reflexiones, que impacte, que emocione barato, que no cuestione cierto orden, que se venda.

La actualidad no sabe –o no quiere– contar nuestras vidas. Y nos ha convencido de que lo que importa, lo que sí define nuestras vidas, es ella. La operación está completa: nos hablan de algo lejano, que en general no podemos modificar, y nos convencen de que eso es lo que realmente nos importa.

Ni siquiera es mala fe –quiero decir: ni siquiera siempre es mala fe-, a veces es sólo esa incapacidad
de ver que nos viene de la costumbre de mirar “la actualidad”. Pero sería increíble aprender a contar lo demás, lo que se nos escapa, esos fenómenos que, dentro de cien años, alguien va a recordar.

(–¿Qué nombre me decís, Critina? ¿Critina qué, Critina cómo?

–No, querido, era Cristina, una mujer que fue eso que eran entonces, “prescidente” creo que se decía, o proboscidio, no me acuerdo, de una de las partes del continente, más al Sur.

–¿Una mujer? ¿Era de cuando todavía existían hombres y mujeres?

Pensó Yak y cerró los ojos para cortar la comunicación mental con su prim@ Sili en la base saturna. Nuncaentendía por qué ell@ le hablaba de esas cosas.)

Es cierto: no es fácil descubrirlos. Y es más probable que se nos escapen a nosotros, periodistas, tan vasallos del diario trajinar, tan esclavos del tiempo tirano y el espacio autócrata opresor. Por eso quería pedirles a ustedes, lectores, eminencias, que se dejen de putear barato en internet y lo usen (www.criticadigital.com) para un casi juego: ¿qué cuestiones, qué historias, qué temas más allá de la llamada actualidad les parece que habría que contar en estos días? ¿Qué nos estamos perdiendo y deberíamos saber? ¿De qué vale la pena hablar?

No hay comentarios: